El baúl del Monje  

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Hace algunos años salió a la luz, gracias al grupo HEPTA comandado por el infatigable padre Pilón, la sorprendente historia del Baúl del Monje, una curiosa mezcla entre bazar y anticuario sito en la madrileña calle Marques de Monasterio.Allí, en el número 10, toda una amalgama de fenómenos poltergeist se dieron cita con el fin de desconcertar a propios y extraños. Extraños golpes surgidos de la nada, los llamados raps, estallidos de inexistentes cristales, muebles que se arrastran solos por el local o relojes cuyas manecillas enloquecen y giran a ritmos asombrosos y, sobretodo, una de las más extrañas características de los poltergeist: los aportes...


Los aportes son apariciones de objetos desde, aparentemente, ningún lado concreto, es decir, materializaciones repentinas de cuerpos sólidos, comúnmente de pequeño tamaño, como botones o astillas. Se trata de trozos de cristal que salen proyectados con tal fuerza que al chocar con el suelo o con los muebles rebotan con inusitada fiereza. No obstante, en alguna ocasión, también han sido pequeños trozos de madera ligeramente chamuscada los que han aparecido en el anticuario, dato nada baladí si tenemos en cuenta que lo que hoy es el Baúl del Monje, hace 12 años fue la vivienda de un abogado que murió abrasado al incendiarse el colchón sobre el que descansaba.Por otro lado, sin aparente conexión con la historia del abogado, Paloma Navarrete, la sensitiva del grupo HEPTA, al entrar en contacto con uno de los cristales, afirmó haber tenido la visión de unos niños jugando con ellos en un salón de principios de siglo, lanzándolos con fuerza sin saber muy bien a dónde.

Pero, si hay algo que llamó la atención de quien esto escribe cuando salieron a la luz estos extraños sucesos, fue la historia concerniente al extraño busto de un carnero que cogió por costumbre cambiar de posición en la tienda según le viniera en gana y, no contento con eso, cuando los dueños de la tienda intentaban deshacerse de él, volvía a presentarse en la tienda a la mañana siguiente como si de un empleado más se tratara. Un comportamiento, desde luego, poco común para una escultura.

Finalmente, como suele suceder en estos casos, los fenómenos desaparecieron tan rápida y enigmáticamente como aparecieron, dejando con un palmo de narices a investigadores y propietarios que, aún hoy, siguen preguntándose que demonios ocurrió en el Baúl del Monje aquel año 1998.