El número 5 de la calle Rodríguez Acosta, en Bélmez de la Moraleda, corresponde a una casa de pueblo igual a tantas otras. La fachada encalada y el balcón lleno de flores son los de cualquier vivienda andaluza. Es cierto que los vecinos recuerdan que esa casa y la que lleva el número 3 fueron construidas en el emplazamiento de la antigua iglesia y el cementerio adyacente. Según los ancianos del lugar, en el número 3 se registraba actividad poltergeist en tiempos no muy lejanos, y si tenemos en cuenta que muchos ocultistas sostienen que la energía psíquica queda fijada a los lugares donde se ejerció, quizá nos resulte más fácil aceptar el desconcertante fenómeno de las caras de Bélmez.
La noticia corrió por el pueblo como un reguero de pólvora, y la sorprendente aparición pudo ser observada por muchos de sus habitantes. Pero esa inquietante cara en el suelo de la cocina atemorizaba a los Pereira, y uno de sus hijos, Miguel, procedió a picar cuidadosamente el lugar donde se encontraba, hasta hacerla desaparecer, y a continuación lo alisó con cemento. El esfuerzo resultó inútil, pues algunos días después, ya en el mes de septiembre, comenzó a aparecer, exactamente en el mismo lugar del suelo que había sido renovado, una nueva cara, de rasgos muy acusados y gran expresividad, que produjo auténtico temor en el desconcertado matrimonio.
Según relataron los dueños de la casa a los periodistas que los asediaban, las caras no aparecían ya totalmente formadas. Lo primero que podía distinguirse eran los ojos, y después iban surgiendo gradualmente la nariz, la boca y el contorno. Los comentarios y las versiones tomaron tales vuelos que el Ayuntamiento de Bélmez se vio obligado a intervenir: unos albañiles, ayudados por Miguel Pereira, "recortaron" la segunda cara aparecida en el suelo y excavaron hasta llegar casi a los tres metros de profundidad. En el hoyo practicado aparecieron varios huesos humanos, testimonio sin duda del cementerio sobre el cual está construida la casa. La cara recortada por orden del Ayuntamiento, de 40 cm de base por 60 de altura, adorna, protegida por un cristal, la cocina de la familia Pereira. Es quizá la más nítida y definida de las que aparecieron.